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Desastre ecológico en Cuba (Del río de Heráclito al río de Guayos)

Publicado en por isbelg

Reseña sobre un gran desastre ecológico en el sistema hidrográfico más importante de la provincia Sancti Spíritus y uno de los más importantes de Cuba. 

 

Este fue el río de mi infancia. Así de simple, con toda la carga melodramática y sensiblera que esta expresión encierra. El río donde compartí con mis primeros amigos, mis amigos iniciáticos, los amigos de la primaria. También fue uno de los sitios donde intuí por primera vez los enigmas del sexo, sus laberintos inextricables y confusos. Río también de la adolescencia, del amor real o imaginado, de los primeros tragos de ron (y otras bebidas indecibles) de onanismos, resacas y recuerdos. Este fue, ciertamente, el primer río de mi memoria. Y digo fue, porque nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. Ya no soy aquel muchacho, mucho menos aquel niño inocente que entraba a sus aguas como si el mundo recién fuera creado, como si un Dios benevolente se tendiera a mirarnos, justo ese día séptimo, extasiado en su reciente creación, agotado de la titánica faena. Ya no soy, repito, irremediablemente el que fui, ya no espero a la primera mujer, con su exquisito ofrecimiento y la manzana, apareciendo entre las cristalinas aguas de este río. No puedo serlo de ningún modo, porque el río, repito, ya no es tampoco, irremediablemente, el mismo.

Claro, esta historia no es mi historia. Simple criatura efímera en el río de Heráclito. Tampoco la de los miles de habitantes de Guayos, minúsculo pueblo perdido en la geografía universal, para los que también este pequeño río, apenas un riachuelo, es un recuerdo, casi un símbolo ineludible, en sus modestas existencias. Tal vez esta historia no es siquiera, ya comienzo a sospecharlo, sobre este río, sino solamente acerca de la desidia y la estupidez humana. De modo que este arroyuelo, con sus miles o millones de peces y demás criaturas indefensas, quizás solo sean una excusa para otros empeños, ¿cómo saberlo? Pero prefiero imaginar que todo esto es por el río, es también por el río, porque mi memoria no se ha vuelto tan turbia aún como sus aguas (a pesar del empeño de tantos).

Este artículo, reseña, simple nota o escrito, como prefieran llamarle, tampoco pretende ser un estudio riguroso, una investigación profunda sobre el hecho. Nada más lejos de la realidad. Ya de ello se encargarán, si es que lo hacen, claro está, los responsables de esa responsabilidad (valga como nunca la redundancia); que ya me los imagino protestando porque alguien sin nada más importante que hacer con su vida, o sea, yo, haya venido a perturbarles sus apacibles y poca remuneradas existencias. Pero en fin, de esos trámites burocráticos, ociosos, ineficientes e improcedente, se ocuparán otros (si es que ocurre un milagro, claro, y este pretende ser un artículo serio, sin visos quiméricos). Por lo que, retornando al tema, en este texto no hablaré del número exacto de toneladas de material vertido al río por la refinería “Sergio Soto”, tampoco de la composición química exacta de este material de desecho, mezcla de hidrocarburos y otras sustancias tóxicas, que han sido arrojadas al medio ambiente, mucho menos pretendo exponer entrevistas de las víctimas de semejante barbarie, ni de los infractores (verdaderos asesinos del medio ambiente y delincuentes ecológicos), intentando exponer causas y/o leyes, tratando de justificar lo injustificable, la bestialidad que vienen realizando desde hace tiempo con periodicidad, premeditación y alevosía (y quizás alguna que otra ley humana que pretende justificarlo). 

No expondré, repito, ninguno de estos datos, como amerita todo estudio verdaderamente científico; con el número exacto o aproximado de la cantidad de peces y otros animales muertos, ya sean por millares de unidades o por toneladas. Tampoco daré cifras sobre el enorme daño a la vegetación, al suelo, a los habitantes del lugar, a la economía, al país, al planeta, de semejante acto irracional. Nada de eso. Hay un refrán que reza que “una imagen dice más que mil palabras”. Así que, ateniéndome a ese precepto (que en otro tipo de imagen puede ser inexacto, pero con estas no puede ser más verídico) me limitaré a mostrarles solo algunas de las que he tomado. Siendo fieles a este refrán entonces, en este pequeño artículo, o como le llamen, hay una cantidad de palabras similar o mayor que en “La estrategia de la ilusión”, de Umberto Eco (7mil palabras), “El profeta”, de Khalil Gibrán (12mil), “El crimen de lord Arthur Saville”, Oscar Wilde (13mil), “Genealogía de la moral”, Friedrich Nietzsche (15mil), “La metamorfosis”, Franz Kafka (20mil) o “Fundamentación de la metafísica de las costumbres”, Immanuel Kant (23mil).

He aquí entonces algunas de las imágenes del desastre ecológico que ha venido provocando, provoca y seguirá provocando (si no se toman las mediadas necesarias, urgentes y definitivas) el vertimiento de desechos tóxicos de la refinería “Sergio Soto” de Cabaiguán en el río Donqui (llamémoslo de una vez por su nombre); el cual vierte sus aguas en el río Tuinucú, este a su vez en la presa Zaza (la mayor del país) y esta última en la cuenca del río Zaza que desemboca en el Mar Caribe.

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En esta zona, con su lecho de rocas y sus aguas cristalinas, a modo de piscina natural, nos bañamos los habitantes del poblado y sus alrededores durante décadas.

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Ahora solo queda de todo esto la desolación, la barbarie y el desastre inexcusable.

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Debido al vertimiento reiterado y periódico de toneladas de desechos procedentes del proceso industrial de la refinería “Sergio Soto”, de Cabaiguán, que son derramados sin el menor remordimiento y, más que eso, sin la más mínima muestra de raciocinio, a las aguas del pequeño arroyuelo que pasa cerca de la industria.

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Vertimiento de enormes proporciones, como se puede observar en las imágenes. ¿Ven las líneas verticales de color rojo dibujadas en las fotos?, están señalando la altura a que se elevó la capa de desechos. Una verdadera avalancha o crecida de más de diez pulgadas de altura conformada por hidrocarburos y otros productos venenosos, ante la indiferencia y la desidia de las autoridades pertinentes.

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Y ante la mirada atónita, la ira y la impotencia de los pobladores del lugar. Muchos de los cuales, incluyendo algunos niños, han tenido que recibir tratamiento médico por falta de aire y otras afecciones debido a los gases tóxicos procedentes del río y otras causas afines.

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Pero este desastre no solamente, claro está, afecta al poblado de Guayos y sus inmediaciones. Toda esta contaminación va a parar al río Tuinucú, uno de los más importantes de la provincia, y de este va hacia la presa Zaza, la mayor del país y de ahí, por la cuenca del rió Zaza, el mayor de la provincia y uno de los más importantes del país, hacia su desembocadura, vertiendo todos estos desechos en el Mar Caribe; causando la muerte de peces y otras formas de vidas y provocando el brote de enfermedades como el cólera, la leptospirosis y otras.

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Y ahora que ya lo saben, que ya han sido informados, que no pueden ocultarse bajo el insostenible e inverosímil manto de la ignorancia, ¿qué piensan hacer las autoridades pertinentes? O, más exactamente, ¿piensan siquiera hacer algo? No tengo muchas esperanzas al respecto y ojalá me equivoque.

¿Ven esa pequeña mancha negra a la izquierda de la última foto, esa minúscula sombra casi en su extremo superior? Es el reflejo de mi hijo contra la terriblemente hermosa policromía del petróleo en el río. Él solo tiene nueve años, aún no conoce demasiado de este mundo. Pero ante estas escenas ha comprendido al menos, entre otras cosas, que no podrá bañarse en el río donde se bañó su padre, que el mundo no está funcionando como debiera, que le están comenzando a joder la existencia.

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